Un prestigioso científico defendía que eran más exactas las
sombras que los objetos en sí.
-¡Tamaña holganza!- ratificaban los colaboradores entre
risas y abucheos. -Las sombras son difusas y deformes, casi imperceptibles,
decoloradas...
Cientos eran
los argumentos que rebatían fácilmente
la insulsa teoría, pero todas, absolutamente infames, se desplomaban desde el mismo momento en el
que todo acababa y decenas de precisas oscuridades, salían azoradas del auditorio.
1 comentario:
Como siempre Javier... en tus relatos conviven infinitos mundos y posibilidades. Logradísimo tu relato...
cariños desde el sur
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